Es lo único que compartimos todos. Más allá de si viene o va, de si se expande o se contrae, de si nos arrastra o nos frena, nos quiere o nos odia, adelanta o retrocede. Es lo único que compartimos todos. Y luego están las otras cosas. Dije que la magia de ser humana residía en el esfuerzo y tal vez me agarré un poco fuerte o tal vez me solté cuando aún se notaba mi presencia, haciendo ruido, moviendo un poco todo esto.
Dije algún día nada de todo esto no será de nadie. Sólo el tiempo, sólo quedará el tiempo. Porque sólo algo tan grande podría soportar la magnificencia de un existir inexorable y eterno. Eterno y normal.
Dije algún día nada de todo esto no será de nadie. Sólo el tiempo, sólo quedará el tiempo. Porque sólo algo tan grande podría soportar la magnificencia de un existir inexorable y eterno. Eterno y normal.
Y luego estaban las cosas pequeñas. No hay nada que sea grande y haya inventado el ser humano, no hay nada que sea grande y a lo que podamos dar un nombre, saber qué está significando en cada instante: porque los nombres son de arena y de fango y las cosas grandes son tan pequeñas que no podíamos saberlas, que no podremos saberlas, que el ser humano crece del esfuerzo mientras la eternidad sólo permanece.
Un día dejé de creerme racional para saberme racionalizadora y entonces vinieron las cosas normalmente singulares que le permiten a una ir y venir y cambiar. Como un gesto con las manos que recuerda a aquellas cosquillas de aquella maestra que me enseñó a sumar. Como las patatas que exigen guisantes. Como el insignificante reloj frente el poderoso cielo.
Y luego está el tiempo. El tiempo real. El tiempo que sólo puedo imaginar como algo que nos une. Pensé una vez en los milagros. Pensé una vez en las cosas-que-no-ocurren-nunca-pero-de-vez-en-cuando-sí. Y luego pensé en lo que ocurre siempre. Como la tierra girando, el corazón latiendo. Y luego pensé en esa explosión que invade y fragmenta. Y luego pensé en la pequeña singularidad que tal vez nos permitió ocurrir.
Y luego pensé en lo que me une al puerto. A mi. Sentí el tiempo que no fue. Y luego pensé que no hubo nunca segundos ni minutos hasta que alguien los inventó y convirtió la grandeza en algo finito. Y luego pensé que el tiempo está siempre empezando.
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