Le vi
arder y luego observé cómo se largaba, con ese peso que parecía llevar siempre
encima hundiéndole los hombros. Aguanté el chaparrón, soporté las palabras que
se me clavaban como dagas, sobre los sentimientos, sobre la impasibilidad del
mundo y de las horas, sobre la impotencia, sobre el jamásnadiemevaaentender y luego le vi largarse.
Y me miré las manos y me pregunté por qué nunca le he abrazado, por qué nunca
le he dicho que ojalá, ojalá pudiésemos tratarnos como iguales.
Y yo le
vi arder. Me miraba a los ojos confesándome todas sus verdades y todos sus
motivos para amar de ese modo intangible y crudo que él ama y yo no pude decir
nada, no supe hacer nada. Porque yo no
sé nada de ese tipo de amor del que todo el mundo habla, de ese que te ancla a
alguien, de ese que te sirve de puerto seguro. Y no he leído todos esos libros
ni he ido a todos esos sitios y yo no puedo comprender cómo es, de repente,
encontrar el amor definitivo.
El azar
no es azaroso y mientras se iba tuve que preguntarme qué haría yo ahora. Caí en esa obligación y es que en cada uno de
sus pasos veía como el tiempo se me echaba encima, como el mundo seguía girando
y se negaba a romperse del modo en que yo me había roto al sentir que me estaba
perdiendo algo de la vida. Con esas palabras tan tiernas y tan duras clavadas aún en mi cerebro, con el llanto desenfrenado de aquellos que han sido traicionados gravado en mi cabeza. Como si en
cada centímetro que añadía entre nosotros se sumara también un abismo de incomprensión.
Entonces
me percaté que yo no soy lo suficientemente fuerte como para andar como él
anda, como para ser consciente todo el tiempo de todas las cosas. Que yo soy más tenue, y que no podría
soportarlo porque no sé lo suficiente del amor, porque no sé lo suficiente de
la valentía, porque no poseo esa tridimensionalidad del alma, porque dudé,
dudo, que jamás sea capaz de arder como hizo él. Que jamás pueda entregarme
ciegamente a nada, que para mi, la vida está en el sentido.
Y
mientras la realidad acechaba y los perros del inframundo se acercaban,
mientras las decisiones se quedaban sin tiempo para ser decididas me percaté
que él luchaba por el amor y yo por el significado y que ojalá algún día pueda saber lo
suficiente como para explicarle por qué mi escarcha también siente. Ojalá algún día haya caminado lo suficiente para contarle con las
palabras idóneas toda esa cuántica que me hace romper los moldes de la
imaginación y así hacerle entender que la pureza de los sentimientos no siempre
está en la sorda irracionalidad de actos simbólicos y la pasión sino también en el simple hecho que el ojo humano no puede ver líneas rectas, pero eso no las hace menos rectas.
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